domingo, 18 de diciembre de 2016

Música


Dicen que los ojos son el espejo del alma.

He vendido tantas veces mi alma al diablo que no sé si puede verse algo a través de ellos. Quizás si se espera al momento en el cual me la ha devuelto y es mía de nuevo, por un contrato de alquiler que dura lo que sienta cuando todo se empequeñece y me come por dentro.

Los ojos son el espejo, pero en muchas ocasiones se encuentran empañados por esa bruma que no podemos quitar. En algunos casos, cuando el alma se encuentra en las entrañas de los sueños, y el diablo no puede alcanzarla hasta el siguiente contrato para hacerla suya, se refleja en el brillo que representa sentir, emocionarse, conseguir que el corazón refleje ese latido de vida que nos lleva.

En mi caso, ¡¡cómo no!! la Música es el candado que hace que lucifer tenga que esperar un poco más, que el brillo resurja y haga salir las intenciones convertidas en deseos más profundos, que todo pueda parecer lo que no es hasta que el silencio lo envuelva.

El jardín de los niños perdidos está lleno de almas que nunca crecieron, de latidos que se apagaron antes de comenzar, de miradas muertas sin brillo al compás de un silencio sobrecogedor. La Música es lo que me hace ser, la parte que no necesito explicar, ni enseñar, ni someter al juicio de quienes, como yo, pasean por el infierno demasiado habitualmente.

La Música, la esencia de lo que respiro, fluye y mana desde ese alma que cuando quiere no puede venderse nunca.

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