lunes, 28 de septiembre de 2015

Música (o algo que quiere ir de ello)


Hablando de aficiones (porque de algo hay que hablar para comenzar la entrada) me preocupa enormemente esa afición de algunos individuos por involucrarse en la vida de los demás a través de los extraños aparatos que emiten ondas que te atrapan y te enganchan en una vorágine de placer sensorial.

Pero seamos serios, señores. Cómo se les ocurre ya no sólo intentarlo, sino en el mayor de los descaros posible ponerse a grabar supuestos programas de Música con la intención de emitirlos y atacar las puras mentes de los que, engañados, se atrevan a escucharlos. Que no, que no es así, que lo que hay que hacer es aprovechar al máximo los maravillosos seriales ya existentes, esas comedias al uso que nos reflejan la vida tal y como es (en la mente de algún visionario, por supuesto), por no hablar de los programas que nos inundan, ¡benditos ellos!, con las últimas riquezas del folklore mundial, esas tonadillas pegadizas que nos elevan y nos hacen sentir el espíritu de unión entre los pueblos, entre las gentes de a pie (que con el pie siguen el ritmo sin cesar, por otra parte).

Esas aficiones extrañas y de tan mal gusto, dirigidas a manchar lo que es inmaculado, el cerebro blanco y cristalino (por lo trasparente) de niños, adolescentes, jóvenes, mayores y señores de la tercera edad (porque la transparencia y la diarrea mental no saben de edades) deberían dejarlas para esos animales como ustedes que gustan de extraños sonidos y ritmos sin sentido, creados para envenenar el ambiente.

Está claro, me preocupa enormemente la práctica de esas aficiones, será porque yo soy uno de los personajes, de los raros, y comienzo a pensar si no estaré contribuyendo al final de la raza humana tal y como la conocemos, con esas extrañas melodías que no sólo intento, sino que efectivamente derramo a los vientos a través de las ondas, acompañadas de “vómitos mentales” que me salen del alma, y que seguramente traspasarán sin esfuerzo esas mentes huecas y sin capacidad de razonar.

Pues tras unos instantes de pensarlo, al menos unas décimas de segundo, he decidido que mi alma se queme en el infierno, así es que seguiré con la afición, porque no sé jugar a las canicas, ni a las cartas, ni escucho los principales (40, 50, 60 o 100) y creo que las melodías que surgen de lo que creamos son las únicas balas que deberían atravesar los cerebros dormidos de las millones de ovejas que van por donde les mandan.

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