miércoles, 24 de septiembre de 2014

Sueños Rotos (En Blanco y Negro)


Una noche cualquiera y ese lugar al que se denominaba club para no preocupar a la propia conciencia estaba preparado para lo que fuese. Pocas horas antes lo que se presentaba como un lugar donde poder dejarse ir se encontraba sumido en el mayor de los desórdenes, mesas volcadas, desperdicios por todos lados y la evidencia de que muchas veces las celebraciones no son lo que debían ser, sino el refugio para escapar de las frustraciones del día a día.
Todo termina siendo lo que uno quiere, y este caso no era una excepción, cuando la cavernosa estructura del sucio almacén que hacía las veces de lugar de encuentro para desfogarse se transformaba en un lugar que parecía un reino de cuento de hadas.

No puedo dejar de preguntarme, ahora que la distancia y el paso del tiempo han puesto mi memoria y los recuerdos en su lugar, cómo conseguíamos introducirnos en el alma de la gente a través de tres micrófonos que sonaban cuando querían, cuatro altavoces a los que alguna que otra patada soltada con sabiduría hacían funcionar y cuatro instrumentos conseguidos en la maravillosa pero decadente tienda de un tipo que sobrevivía gracias al alquiler de lo que creaban los sueños, o más bien a procurar que esos mismos sueños pudieran hacerse realidad a través de las manos de varios locos sin sentido alguno de lo que no fuese disfrutar, amar la Música y pensar que podíamos llegar a cualquier parte.

Nunca fue un pretexto para hacerlo, simplemente nos dejábamos llevar por el deseo de quererlo, amar lo que durante tanto tiempo nos había hecho sonreír aún en los momentos más crueles de nuestra existencia, y es verdad que había algo de mágico en todo aquello, porque de no ser así hubiera sido impensable creer que entre el humo, el sudor y las voces de la gente totalmente entregada, los sonidos hubieran podido surgir (¡y de qué manera!) para convertirse en lo que durante años, sin faltar nunca a la cita, hizo vibrar las noches de aquél lugar en un rincón apartado del mundo, pero de nuestro mundo.

Nunca he sentido la complicidad como cuando nos mirábamos antes de atacar cualquier tema que sugeríamos sobre la marcha, y jamás he vuelto a sentirme tan vinculado al espíritu de nadie como en aquellos días, cuando los sonidos que emanaban de los instrumentos acariciados por mis compañeros me atravesaban el alma, desgarraban mis entrañas y me empujaban para poder llevarme, a su vez, hasta donde ellos esperaban que estuviera.

Creamos un sueño de la nada más absoluta, y afortunadamente el paso del tiempo ha hecho que todo quede en blanco y negro, en ese espacio de la memoria que nunca se borra, y con ello los gritos de todos los que fueron parte de ese viaje que nos llevó a ninguna parte.

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