sábado, 29 de marzo de 2014

La Caña... De Azúcar (Uno)


Cuando la flama arde, algo me quema por dentro.
He vuelto, de manera fortuita eso sí, a retomar el placer de entrar en un bar para beber, que es lo que suelo hacer cuando entro en uno de estos sitios sólo, porque dar una vuelta se me quedaba muy cansado y de pronto recordé que mi garganta necesitaba algo líquido que echarme a la boca. Ciertamente hubiera preferido otro tipo de líquido para llenar mi boca, mis labios y dejarlo caer por la garganta, pero no estoy para pedir nada, y menos para que me lo den, así es que me pareció una buena oportunidad para retomar una vieja tradición de años y que tenía olvidada completamente.
Siempre me ha encantado, una vez me decido a abordar la barra, que es donde me coloco cuando estoy sólo, observar y empaparme con todo lo que pasa a mi alrededor, y en este caso, sin excepción, fue un ejercicio realmente saludable para mi mente, mi humor negro, y ese puntillo de ironía que destilo a veces, porque hay que reconocer que el hombre es como es, el ser humano debe ser otra cosa, porque yo no les encuentro parecidos.

Entré en el moderno establecimiento llamado de forma, no sé, engañosa “La caña de azúcar” y digo engañosa porque dichas cañas son paneles pintados con el origen del dulce pegados a la base de la barra, y ante la soledad de la misma, decidí tomar posiciones. Con un aire desenfadado y un estilo depurado que no he perdido a pesar del paso del tiempo, tomé un taburete, moderno también y además ergonómico, y apoyé mi trasero, el mismo que a algunos enamora y a otras les da risa, con la idea de pasar un rato, el que ocupara saciar mi sed, observando, observando, observando.
Ante la falta de clientes solicitando bebidas u otros deseos culinarios, porque hay que decir que en el bar también dan raciones (es muy completito) no sé si se incluye la “caña de azúcar” como aperitivo, la camarera se detuvo ante mi careto para preguntarme qué deseaba. Dando por hecho que lo que yo deseaba no iba a dármelo, solicité una jarra de cerveza para empezar a entonarme, pero he aquí que la chica, originaria de algún país del antiguo bloque comunista no debió entender bien.

No sé si la palabra “jarra” puede, en la lengua madre de Don Miguel de Cervantes, tener alguna similitud con las palabras “zumo de tomate”, pero allá que se fue la chica a prepararme uno. Como no me cuadraba que a la cerveza, sagrada bebida de dioses y paganos se le eche limón, me escamó la parte de los preparativos y se lo hice ver, a lo que me contestó sorprendida que no tenían “jarras”; yo puedo comprender que el utensilio para recibir el líquido sea el que el establecimiento imponga, pero dar como alternativa otra consumición por no tener un recipiente determinado, me parece alucinante, a no ser que mi pronunciación del suroeste de la península, con mezcla del sur, centro y norte, sea complicada para una chica que habla perfectamente el castellano, pero lo entiende de aquella manera (justo lo contrario de lo que me pasa a mí con el italiano)
Yo prefiero la “jarra” porque ese asa tan mona que le ponen impide que mis dedos contacten con el recipiente y así la cebada transformada en vida no se altera en su temperatura, máxime cuando los primeros sorbos helados me ponen de aquella manera, pero entiendo que si no hay “jarras” puede existir una alternativa para beber cerveza, alternativa que no pasa por un “zumo de tomate”, al menos en mi caso de cervecero impenitente.

Una vez resuelto el entuerto, la chica, de tez blanca, muy blanca, caucásica diría yo, precioso trasero, perfectas caderas, reducidos pechos y mirada asesina (algo tenía que tener mal, por supuesto) me sirvió una pinta de cerveza, cuyo primer trago fue como un bálsamo para mi reseca garganta (ya que comenzaba a sentirme como el perro de Pavlov) y tras servírmela, comenzó a charlar con otra chica, de acento de más allá del Atlántico, tez morena, muy morena, precioso trasero, exuberantes pechos y mirada dulce (esta lo malo lo tendrá por dentro, por fuera no se lo aprecié) y a mirarme mientras se reían a gusto.

Dando por hecho que se reían de mí, pasé del punto y seguí degustando la cerveza, cuando una marabunta de gente accedió al local, padres, madres, amigos, amantes, cornudos, cornudas, más amantes y los supuestos hijos de quien fuera, que apabullaron la parte reservada a las mesas y sillas ocupando de pleno todo el local en una de sus alas. Dos de los hombres del grupo, de aspecto de mayores pero menores que yo, a los que las calvas, la vida y las mujeres no les han tratado muy bien (aunque intuyo que serían de gimnasio, modernas técnicas sexuales y demás) solicitaron a la camarera, la caucásica, una lista de bebidas, que al escucharlas me hicieron ocultar la cerveza que estaba bebiendo, pensando que la liga anti alcohol se había adueñado del bar, y no quería caer en sus garras; el pedido de marras consistía en dos cafés, dos tés, dos zumos de melocotón, dos chocolates calientes, un refresco de naranja y otro de limón (para compensar) y una botella de agua. Quedé sorprendido de cómo se cuida la gente, especialmente estos y estas, que llevaban bastante mal lo de la apariencia y que fumaban cual carreteros llenando de humo la parte del local donde se sentaban.

Yo iba a lo mío, pero la tranquilidad duró poco, porque uno de los niños comenzaba a gatear por el taburete y mi pierna izquierda pidiendo algo, el padre, legal o biológico, no lo sé porque tenían la misma cara de gansos pero con distintas apariencias, no decía ni mú enfrascado con otro en una conversación sobre tangas y braguitas, sobre todo la dificultad para retirar unas u otras, y como no se ponían de acuerdo recordé a mi héroe de la antigüedad, el gran “Herodes” y sutilmente lancé mi pierna para que la molesta criatura dejara de joderme mientras bebía mi pinta de cerveza. Dio resultado y el llanto del crío hizo que el padre (legal o biológico) dejara el tanga a medio quitar y le atendiera, para ya con las bebidas servidas abandonar afortunadamente la barra. La camarera me volvió a mirar fijamente, con esa mirada asesina, pero no dije nada, aún me quedaba cerveza y seguí a lo mío, volviendo la cabeza hacia mi derecha, donde un tipo de más de 60 no encontraba la posición idónea.


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