miércoles, 4 de septiembre de 2013

Nubes


Aquella tarde, el paseo fue tan corto como de costumbre. Las nubes, inocentemente blancas, se habían imbuido de un pardo amenazador, presagiándome una ducha inminente.
Nunca entendí de nubes. Jamás reparé demasiado en ellas. Me parecían tan simples y caprichosas como las mujeres, aún así, sabía que pronto se abrirían sobre mí aquellas orondas panzas de mentirijilla, hermanadas sobre el abismo azul. Hoy tampoco concluiría mi paseo en la cima de la Sotana.
Evidentemente estaba a merced de las nubes, dado que ya había tomado la ducha de la mañana.
De Norte a Sur observé como avanzaba la piel de lobo sobre las trenzas de las montañas más próximas, cómo tomaba posiciones sobre la base de las sierras más claras para devorar en segundos cualquier balar piadoso. Sin piedad a izquierda y derecha me iban aislando del resto de la naturaleza.
Los brazos de los árboles más altos habían caído maniatados en una sombra sepia inexpresiva tan triste como la pobreza; su verdor palidecía por momentos intimidados por el pendiente marrón. Se agitaban nerviosos contagiándome de un temblor simplón. Parecía que todo el bosque se había puesto de acuerdo para aguarme la tarde, pero yo sabía de quién partía la conspiración...
Los pájaros habían dejado de cantar y buscaban en pos del viento un refugio seguro ante el avance de la nada.
La naturaleza estaba a merced de aquellas féminas caprichosas. Las miré desafiante.
El sol dominguero trataba de asestar puñaladas asesinas en la espalda de las gigantas, pero éstas, sin defenderse, mortificaban los diabólicos rayos, humillándolos en su buhardilla de escalones infinitos.
Si aquél rey no podía contra ellas... ¿Qué podía hacer yo? un ser tan insignificante y desprotegido.
Las miré con ojos bondadosos; algún día habría de acabar aquella pesadilla. Acataba su antojo, pero humildemente trataba de implorar clemencia. Definitivamente, ¿no trataban estas de que me arrojara al suelo? para humillarme más.
La naturaleza no podía ser tan vengativa, ¿o acaso si? Comenzó a llover.

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