viernes, 26 de julio de 2013

Golden Gai, Sake, Cervezas y Quizás...


Shinjuku es un espacio vital que dentro de Tokyo no debe ser mucho, por aquello de sus quinientos mil habitantes en una ciudad donde perderse en la numerología de todo lo que abarca es tan fácil como decir millones y millones de...
Cerca de la estación del mismo nombre, ese enjambre del cual hemos hablado y que alberga la vida en un visto y no visto cada día de los que van y vienen y vuelven a ir hay un conjunto de calles que parecen ajenas a lo que es todo el barrio, el propio espacio y lo que se supone que debe ser.

Golden Gai es un nombre por sí mismo poco ocurrente, algo que quizás no tenga de dorado lo que quiera indicar y que quizás durante la mayor parte del día no sólo no brille sino que parezca tan apagado como mi alma escuchando hip hop, pero a la hora en la cual los japoneses necesitan saber que son algo más que un cuerpo dedicado al trabajo en su empresa, negocio o mercado de la carne cobra una vida inusitada y se transforma en un lugar donde las propias calles se convierten en el vehículo de un camino sin principio ni final.
Como siempre el mito de ciertos lugares (especialmente países como el nuestro donde sabemos divertirnos, vivir, soñar...) se desmorona cuando la realidad te encuentra de frente y te enseña que no todo es lo que parece y mucho menos cuando las necesidades se convierten en parte de esa existencia fugaz donde los placeres pueden servir para vivir un día más al margen de todo lo establecido.

Bares diminutos en los cuales tener un lugar para sentarse es un privilegio, espacios en los que el alcohol, los sueños y las palabras más allá del significado lo son todo, restaurantes en los que no caben dolores de huesos porque el asiento roza el suelo, luces con mensajes esculpidos a base de preciosos símbolos sobre la tela, olor a cebada y sake mezclados con algún momento para el alimento llegado de mucho más allá de donde los libros indican y sobre todo gente que necesita lo que todos añoramos alguna vez, esas palabras escupidas al viento y que nadie escucha porque son lo que cada uno quiere que sean.

No miran ni bien ni mal al desconocido de rasgos distintos y occidentales que violenta su espacio diario para purgar las penas que se impregnan en la conciencia, llenan el vaso de sake y lo apuran con el ansia de quien sabe que puede ser el último o dejan que la cerveza se derrame sobre la barra para que pueda asentarse poco después en el estómago, viejos deseos que nunca se realizan y modernos vaivenes que algunos no pueden entender, por eso sus ojos se deslizan sobre tu cuerpo y después... de nuevo el vaso les llama para el siguiente encuentro con ese sueño que es la antesala de la noche cerca de algo o alguien y la mañana que repite la misma historia.

Ejecutivos de medio pelo, chicas perdidas con una maleta llena de sueños, jóvenes de aspecto desaliñado perfectamente peinados para parecer un descuido que no lo es, viejos y viejas que saben el camino de memoria tras décadas saludando al abuelo del actual camarero, parte de esa cultura del saludo antes del placer, la sonrisa sincera antes del trago, la mirada cómplice tras llenar de nuevo la copa.
Un poco de "snacks" picantes, poco de palabras porque no se les entiende, mucho de gestos y miradas cómplices cuando la mano se acerca a los labios con el líquido elemento porque eso es en todos los lugares igual y algún que otro chascarrillo sobre lo que uno es o debería ser.
Las luces encendidas, los lugares a pie de calle o en el primer piso (aquí sí, porque este espacio de calles estrechas y luces clásicas no se pierde en el cielo, está en el lugar de los deseos, en el suelo que uno pisa) y los que solicitan tu entrada en los distintos establecimientos saludando ajenos a qué, quién y por qué, porque al final nada de eso importa cuando el sake y la cerveza deben salvarte de ti mismo y lo que eres.

Golden Gai vive por su propio latido, es un diminuto espacio en la inmensidad de un mundo ajeno al universo, pero la gente que lo frecuenta, sean habituales o los que vamos de paso en días de búsqueda de la libertad mental al otro lado del mundo inhalan ese aliento que hace que se respire distinto y que te llenes de lo que hay en cada esquina, cada rincón, cada estrecha calle donde las lucen en los carteles y lámparas te indican que nada es lo que parece y ese cuadrado de varias calles, escasos ruidos y variopintos personajes son un buen momento para que el sake, la cerveza o el humo de los cigarros te impregnen y sepas que el mundo es tan enorme o tan pequeño como tú quieras.






2 comentarios:

  1. Hay lugares tan especiales, que su cultura, mentalidad y costumbres son capaces de cambiar algo en el interior, de quien ha tenido la oportunidad de convivir con sus gentes.
    Sin duda el que has descrito, parece uno de ellos.
    Besos.

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