sábado, 13 de julio de 2013

Fushimi... Escalera Al Cielo


En las afueras de Kyoto, aunque sea a una parada de ese tren con nombre occidental (JR) pero como uno de los distritos de la ciudad se encuentra Fushimi.
Una ciudad en sí misma o un pueblo si nos aventuramos a traducir lo que los japoneses entienden por ciudad y pueblo, que dista mucho de nuestro concepto en un país donde todo se magnifica.
Un lugar que a pesar de su carácter altamente turístico entre los propios japoneses y demás nacionalidades de cercanos vínculos fronterizos goza de una especie de calma en su entorno que lo hace diferente, especial, quizás ajeno a lo que las masas y las grandes aglomeraciones humanas tienen en común, el caos y la estrechez física.

El santuario sintoísta de Fushimi o Fushimi Inari-Taisha se come a la estación de tren, de hecho sales de la misma y al cruzar una estrecha calle te topas con la entrada al señorial santuario, uno de los impactos visuales más característicos al venir de algo tan mundano y acceder a un lugar tan... 
A partir de aquí la grandeza o la miseria del ser humano se mezclan por igual, y quizás esto es lo que le otorga un carácter tan especial, como a tantos lugares sagrados sean de las creencias que sean, porque dioses y hombres no pueden sino aceptarse sabedores los unos de las necesidades de los otros y viceversa. Hombres y dioses en perfecta armonía desde que se venden los objetos del culto hasta las miradas expresivas de miedo o terror que provocan algunas señas de esos dioses que manejan el mundo y lo hacen girar.
En esto Fushimi no es una excepción, se trata de un pueblo que vive de un lugar sagrado ("Jinja" que es el santuario y todo el área que le rodea) y uno de los santuarios más importantes de todo Japón, un pueblo que asume que los dioses les regalan con su presencia en este espacio lo que tienen y lo asume bien, por eso se encuentran tranquilos mientras los viajeros recorren estos lugares especiales por lo que destilan y suponen.

Lo que hace especial a este lugar es la manera de expresar la fe por parte de los hombres, o las creencias, o el agradecimiento a la divinidad... porque al salir del santuario o quizás como parte de él que no llegué a saberlo muy bien la Madre Naturaleza comienza a imponer su ley y un bosque que es la base de una montaña comienza a engullirte poco a poco, casi sin darte cuenta, el Sol se ve con dificultades para atravesar esa maraña de vegetación que cubre todo y te das de bruces con una de esas demostraciones de la bondad humana y quizás la estupidez por igual pero que convierten en arte y emoción lo que podría no ser nada.
Esa manera del hombre por expresar su agradecimiento a las fuerzas que le superan y nunca puede sobrepasar se demuestra en Fushimi con un bosque de "Torii" rodeando el lugar, esos arcos tradicionales japoneses que anuncian la entrada a un santuario Sintoísta y que como ofrendas solicitadas por creyentes se pierden en la ladera de la montaña hasta la cumbre de la misma, un espectáculo absolutamente alucinante y único en medio de la vegetación, los bosques, algún lago y enclavado en la propia montaña.
Estar metido entre ellos, a sabiendas que todos tienen su historia, la de personas que han decidido expresar lo que querían, necesitaban y le había sido entregado o... no sé, no puedo ni quiero buscar claves a la razón que no suele ser la mía, pero estar en medio de ello y lo que supone es un espectáculo fascinante de emociones y sentimientos ajenos a lo que uno siendo de donde es suele sentir.
Los ruidos desaparecen, la Naturaleza se erige en protagonista y todo parece llevarte a otra dimensión cuando, sin apenas referencias sabes que te encuentras subiendo hacia el cielo como esa escalera tantas veces buscada para llegar al infinito. Del mismo modo la fascinación se convierte en asombro cuando te encuentras con un señor que limpia a golpe de escoba todos los pasajes del camino, con su cabeza agachada y un ritmo constante y aprendido a lo largo de los años quitando las hojas que se depositan en el sendero delimitado por las ofrendas.

De vuelta al lugar donde lo natural parece el orden y la pulcritud y la limpieza y el ruido aparentemente lógico toman de nuevo el ambiente las dimensiones se vuelven extrañamente reales y la estación de tren no es un lugar al uso con viajeros y turistas, algo lleva a pensar que los agujeros negros son un hecho y se trasladan para absorbernos y llevarnos...
Hombres y dioses sin saber quién marca la línea de lo que debe ser cuando se llega a pensar que unos y otros tienen en su mano hacer y deshacer, como cada "Torii" clavado en la montaña para que algo ocurra.


2 comentarios:

  1. Felicidades por este derroche de sensaciones y gracias por compartirlas.
    Imagino que ante tanta belleza la mente se dispara y las preguntas brotan como una cascada sin fin.

    ResponderEliminar