lunes, 4 de julio de 2011

Mira A La Ventana


Mira a la ventana, la luna deja paso al astro rey, las sombras desaparecen y la luz ilumina las paredes de las casas, dentro, con la imaginación libre, una mujer sueña con su propio deseo, se eleva por entre las sábanas buscando el calor de los primeros rayos que rozan su piel, deja resbalar su mano a través de su cuerpo, una música llena la estancia, una voz da la bienvenida, las estrellas, esos lugares lejanos y que podemos acercar con nuestros sueños la abrazan mientras su garganta, deseosa, exclama un sonido que es, en una mujer, todo lo que se necesita para saber, sentir, llegar donde nadie puede alcanzarla.
Mira, acércate tras el placer, una figura se aleja hacia el horizonte, dejando un rastro de soledad tras ella, la marca indeleble de una noche de pasión que no volverá. El hueco de tu cama te hace sentir que es así, mientras sigues recordando cada minuto, cada instante, sintiendo el calor de su cuerpo junto al tuyo. Tu mano sigue buscando con la imagen de la sombra que se pierde en los recovecos de las calles, ya sólo es una pintura que tu mente moldea, pegada al cristal absorbiendo el calor de la mañana, cerca del deseo, continuando el último beso que recibiste antes de escuchar la puerta cerrarse.
Vuelves a la cama para sentir de nuevo su olor, la esencia que ha dejado tras horas de rozar tu piel y dejarse hacer cuando tus manos recorrían cada centímetro de su cuerpo entregado, resbalando por las sábanas de seda y dejando el rastro inconfundible de tu excitación. Ya no está, y no volverá el susurro cercano en la noche, con la luz de la luna iluminando vuestros cuerpos, aquél beso selló el final de un viaje apasionado por los confines del deseo, y la estela de su sombra girando la esquina es lo último que puedes tener.
Cada recuerdo te lleva a todos los instantes en los cuales la soledad se rompió en la barra de aquél bar, cuando una voz cálida, como una caricia, solicitó tus labios para un primer beso, y esos ojos cerrados para sentirlo son los mismos que ahora, en el centro de tu lecho, intentan retener los momentos que te hicieron libre, cuando las prendas resbalaban por tu cuerpo hasta el suelo, iniciando con tu desnudez la noche para soñar.
Te mueves, midiendo las distancias que antes eran más cortas, cuando tu cuerpo chocaba con el suyo y no necesitabas más allá, pero ahora extiendes tus piernas y todo es el vacío de lo que ocupa el perfil que conoces tan bien. Tu mano sigue resbalando, con la última imagen en la retina, el beso apasionado del adiós y la distancia desde la ventana del Sol arropando su estela, llegas a ese lugar que rompió la noche y sus silencios y vuelves a sentirte, esta vez sola, pero sintiéndote como hacía mucho tiempo.
El calor recorre tu vientre, tus ojos permanecen cerrados, tu alma devuelve con claridad cada imagen desde aquél primer beso, y la historia se repite cuando tus dedos, hábiles mensajeros de tu propio amor, comienzan a recorrer cada sentimiento en forma de sexo excitado, y esa mano libre que se crispa sobre la seda indica que puedes ser tú misma de nuevo, a pesar de la soledad del lecho, el calor del Sol que sustituye el cuerpo del amante, los labios húmedos por una lengua que se deleita consigo misma en lugar de los que te buscaban en el bar, vuelves a ser tú, a pesar de todo, de la soledad, el hueco en la cama, la puerta cerrada y el corazón que late a velocidad de vértigo.
El tiempo se detiene, una mujer se ama y nada ni nadie puede estar por encima de lo irreal, fuera del alcance de lo humano, la mente, el espíritu y su alma como uno solo, y tras desearse y saborear todo lo que su cuerpo le ofrece, vuelve a ser ella sobre la seda que la abraza, resbalando para recorrer los insondables caminos de la pasión solitaria.
Tus ojos continúan cerrados, con las sombras sin rostro y el único rostro que has percibido durante tu acto de amor acariciándote en la nada, ese cuerpo que no volverá, alejándose poco a poco en la inmensidad del día que comienza.
Sola en tu habitación, con tus músculos aún dándote las últimas gotas del elixir que eres tú misma, cada dedo disfruta de tus labios húmedos, saboreándote, queriéndote, sintiéndote, para poder elevarte sobre todas las cosas cuando instantes después la calidez del agua resbala por tu piel, empapándote de todo, especialmente de lo que has deseado.
La ducha caliente provoca que el vaho cubra todo tu entorno, y a modo de neblina te hundes en las profundidades de tus sueños, con los músculos laxos que apenas te sostienen, las imágenes sin forma rodeándote, y el agua haciéndote suya para llevarte donde quieras. Cada gota, cada chorro, las sensaciones en una piel que se deja llevar, y en medio de todo tu mente entregada, buscando volver a perderte cuando hábilmente, con tus brazos cruzados sobre tus pechos, vas abriéndolos para que llegue a todo tu ser.

El día pasa de nuevo, con la lentitud de tu imaginación para retener los recuerdos, porque ya no vives la realidad, hace tiempo que no estás pendiente de lo que es humano, hace tiempo, mucho ya, todo lo mundano pasó delante de ti, y quedaste sola en la estación donde ningún tren se detiene, aferrada a ti misma, abrazándote para paliar el escalofrío de la soledad.
El Sol vuelve a jugar con la luz, desapareciendo por ese horizonte que llenan las sombras, la luna toma su lugar en el espacio y la noche se convierte en la compañera de todos los que no quieren ser, tomas tu bolso, miras a la ventana y sales hacia la oscuridad, como una sombra más.
La farola enmohecida apenas permite ver más allá de tu propia figura proyectada en el suelo bajo la luz de la luna, antigua compañera de encuentros prohibidos, apoyo de noches en vela donde el hombro podía descansar a la espera de lo que nunca llegó, el sueño de una mujer perdida en el infinito.
El viejo bar comienza de nuevo a llenarse, los rostros habituales y otros de aquellos que de forma casual lo visitan para ahogarse en la bebida que abrasa el alma, el asiento que cada noche guarda tu culo sigue vacío esperando a su dueña, y una vez en él apoyas tus brazos sobre la barra esperando ese primer trago que llega sin solicitarlo. De nuevo el vaho, esta vez creado por tus ojos inyectados de tristeza, cubre todo lo que te envuelve, y la barra se convierte en unos centímetros de madera donde cabe todo tu mundo.
El camarero, curtido en mil experiencias de almas solitarias como la tuya, como la suya, deja correr el vaso mientras el alcohol llena el ambiente, y sujetando tu mano que se apresta a revivir apurándolo, demuestra ese cariño nunca dicho, nunca confesado, siempre guardado con la mirada de los perdedores impenitentes, los amigos de la eternidad que no se alcanza.
Una voz cálida, como una caricia, solicita tus labios para un primer beso, y esos ojos cerrados para sentirlo son los mismos que horas después, en el centro de tu lecho, intentarán retener los momentos que te hicieron libre, cuando las prendas resbalaban por tu cuerpo hasta el suelo, iniciando con tu desnudez la noche para soñar.



1 comentario:

  1. Bendita imaginación que consigue desbordarse tras la lectura de este relato, mientras contemplo extasiada esas dos instantáneas cuya sensualidad traspasa la pantalla.
    ¡La has clavao chaval! ….Mis felicitaciones.

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