viernes, 10 de junio de 2011

Escuchaba Una Guitarra


Quise ponerme a escribir cualquier cosa, algunos de los “vómitos mentales” que surgen de mi cerebro sin saber por qué, pero me encontré mirando al teclado, letras, números, signos de puntuación... sin ver nada de lo que se presentaba ante mí.
Un sonido me había dejado hechizado, la hiriente guitarra penetraba mis oídos mientras intentaba hacerme parte de ella. Los dedos resbalando por el acero marcaban la pauta, supremos maestros en el arte del placer, erizándome la piel que asumía sus sonidos sin dificultad.
No tuve que mirar, ni ver, sólo quise sentir lo que me llevaba, lo que me estaba elevando hacia un lugar que no recuerdo, pero en el que siempre he estado. El tiempo se detiene, los dedos parecen no querer atender al cerebro que los lleva, y el mensaje enviado a quien los recibe se convierte en erotismo sensorial cuando acarician los oídos.
Escuchaba una guitarra, y el espacio que me asume como ser en este universo parecía hacerse infinito, viajando a través de lo que me quería hacer llegar, como un enviado de los dioses paganos que nos sugieren...
Me atreví a detenerme, como en este instante en el que las letras las escriben las cuerdas de acero, dejando volar mi mente, sin nada que decir, sin nada que comentar, sin nadie a quien hacer partícipe de lo que me llegaba, pero sintiendo todo lo que mis entrañas son capaces de asumir cuando me encuentro en paz conmigo mismo, cuando me siento yo a través de lo que me emociona, esos sentimientos que son sensaciones entrelazadas formando desgarros que crispan el aire.
El hechizo continuaba, y yo quería colarme por ese invisible pasillo que dejan los momentos mágicos, con el traste pegado a mi alma, restregándome a él, haciendo de mi piel parte de la madera que arropa las cuerdas, para poder ser también acariciado, “pellizcado” con mimo, recorrido con la sensualidad de quien se sabe poseído por el amante que te desea, y me dejé hacer, no estaba, o estaba demasiado dentro para provocar algo distinto.
Sigo queriendo escribir cualquier cosa, pero la guitarra no deja de sacudir mis entrañas, la escucho llamándome, embaucadora como una sirena a través de la niebla, y el teclado sigue siendo un conjunto de números, letras y signos que no me dicen nada, porque no pueden llegar hasta dentro de mí, sin embargo, esas cuerdas de acero consiguen cualquier cosa que se propongan.
Escuchaba una guitarra, he detenido el tiempo, el espacio, mi propio ritmo vital, estoy suspendido en la nada, por encima de mis emociones, de mis sueños, de mis deseos de músico imposible, y aún puedo continuar con ellos, mientras pueda manejar mis dedos sobre mi vientre, y me penetre uno a uno cada acorde, haciéndome llorar por la muerte, reír por cada latido de vida, gozar por el placer que me recorre, extasiarme por haber llegado a ser yo, a pesar de todo, a pesar de cualquiera.
Hoy no surgirá nada de mi mente, ninguno de mis “vómitos mentales” cambiará el color del papel, hoy lo que dibuje estará más allá de lo que siento, en ese espacio en el que me encuentro sólo, con mi vida y las cuerdas de acero, esas que me marcan la piel a fuego.
El hechizo continúa, hasta...

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