miércoles, 11 de mayo de 2011

Mujeres III

Llega una nueva entrega dolorosa y cruel de nuestro Amigo K.S., para que podamos remover las entrañas y en algún momento conseguir que la palabra basta sea una realidad.


El recorrido por la sala me traía recuerdos dolorosos, partes de vidas hechas añicos sin razón, sin motivo, la barbarie como forma de expresión.
Los ojos, ese instrumento de vida que tantas veces me habían entusiasmado, ahora aparecían ante mí como reflejo de la muerte en esa vida, especialmente para aquellas mujeres que aún se preguntaban por qué.
Nunca supo del placer del cuerpo y la mente, nunca le explicaron por qué el hecho de nacer mujer era indigno, impuro, y nunca le dijeron que la extirpación de un órgano con la violencia premeditada para que sintiera el dolor por haber nacido así le amputaba también el derecho a sentir, a sentirse, a ser mujer porque lo era.
Mirando a la cámara me transmitió la resignación por un acto que la había hecho menos que otras iguales, que pretendía eliminar la satisfacción ante la posibilidad de querer, de amar, de ser, y cuando conoció a otras mujeres que intentaron hacer menos cruel la realidad en la que se encontraba, no pudo por menos que sentirse humillada por aquél acto sin sentido para… aún me pregunto para qué.
          Quizás le impidieron sentir el placer, que su cuerpo se estremeciera por una caricia, un beso, el roce de otro cuerpo, pero no pudieron amputar, una vez conocida su realidad, las ganas de ser una mujer en todos los sentidos, y esos ojos mirando al objetivo, buscando que el mundo entero supiera, era la prueba más evidente de su deseo. Se negó a aceptar para sus hijas el castigo que le impusieron a ella por nacer mujer, y pagó con su vida la osadía de creer en ella misma, pero estoy seguro que dejó este mundo con una sonrisa, la misma que apareció para siempre en la imagen colgada en la pared.



           No quería demostrar nada que no fuera lo que las mujeres que salían en las imágenes desearan transmitir, todas posaron sabedoras de lo que pretendía, y no hice ningún comentario al margen, ninguna reseña, no hacía falta, eso era algo para mí.
La única protagonista que no pudo darme el sí yacía tumbada cuando llegué, por fortuna tarde para verlo, por desgracia para constatarlo, al horrible espectáculo del que fue protagonista sin quererlo. Un cuerpo destrozado por una lluvia de piedras apareció ante mí, inerte, sin la vida que le habían arrebatado en nombre de la moral, la ley y por supuesto la religión, la misma que ama y acoge a todos por igual. El siniestro ritual había congregado a todos los fervientes creyentes que no consentían que una mujer, ultrajada en su propia casa, buscara consuelo consigo misma, y su supuesto desvarío fue su muerte.
Me indicaron el lugar de la ejecución con una sonrisa de satisfacción, mediocres enfundados en sus togas de falsa moral, y cuando todo pasó, me encontré delante de un amasijo de carne atropellada por siglos de irracional ceguera, y mis manos temblorosas tardaron mucho tiempo en poder pulsar el botón que me dejaría para siempre la instantánea de la muerte, a pesar de demasiadas cosas.
No tuve problemas en dejar impresa la barbarie, de hecho fui animado a hacerlo para que el mundo supiera lo que una mujer, por serlo, no debe hacer, y tardé mucho en decidir si realmente el mundo, el mismo que lo permite, debería saberlo.
No supe su nombre, no vi su rostro, ni sus ojos, solo me quedaron en las pupilas los restos de lo que era un ser humano que quiso respirar, quizás por eso se me cortó la respiración cuando aspiré el olor de su muerte.

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