sábado, 28 de mayo de 2011

Ida y Vuelta

Es posible que en este mundo en el que nos movemos exista un solo placer, el de estar vivo, y es posible que todo lo demás sea miseria, pero aún quedan instantes para eludir esa miseria, a través del poderoso afrodisíaco con el que me elevo por encima de lo terrenal, mi imaginación, y todo lo que arrastra.

Es esa hierba de cultivo personal, la que comienza a funcionar algunas ocasiones, como esas noches de soledad aplastante en las que me siento queriendo estar y no pudiendo. El tiempo, ese inexorable parámetro de nuestras vidas, marca el antes y después en el conjunto de acontecimientos que me llevan por los insondables caminos de la búsqueda, y quizás mi cuerpo, y en especial mi mente, lleven demasiado trayecto sin la tranquilidad necesaria para sentir, en estado puro, y así, sentirme.
Una noche más, una jornada más, los ojos desorbitados indican que la odisea por recuperar esa necesidad humana del sueño se acerca lentamente, y el descanso que no llega, junto con la impotencia de no bostezar me hacen buscar de nuevo esa inseparable amiga de situaciones imposibles, y esta vez, porque sí, funcionó. No tuve que cerrar los ojos, eso ya vino solo, pero ni la pantalla del televisor ni la tenue luz que me incita al sueño me distrajeron de lo que comenzaron a ser imágenes claras en mi mente.
Me encontré en un café, un coqueto lugar mil veces retratado en las viejas películas parisinas en blanco y negro, en uno de los muchos rincones del encantador “barrio latino”, mirando por la ventana e intentando descubrir qué pensaban los transeúntes que desfilaban ante mis ojos. No sentía la necesidad de moverme, tan sólo el espacio que abarcaba con mi mirada era un mundo dentro del propio universo recreado, dándose cita miles de instantes de cualquier situación cotidiana.
Nada de lo que ocurría a mi alrededor disturbaba el momento, cada sensación se desarrollaba con absoluta naturalidad, hasta perder por completo, y de forma consciente, la fina línea que en ese momento separaba realidad y ensoñamiento. Percibía cada persona, sus más íntimos deseos, creados por mí, pero eran parte de ese subconsciente que me permitía vagar por el infinito espacio de mi imaginación, un lugar sin límites, embriagándome de mis propias sensaciones.
De pronto, una mano suave, cálida y amable se posó sobre mi hombro, y al girar la cabeza me encontré con un alma gemela de emociones contenidas, de desgracias ajenas en el corazón amado, de llantos por el tercero que se derrumba, me encontré con la mirada dulce de mi querida amiga de confesiones últimas, me encontré contigo.
La conversación no tardó en llegar, mientras comenzaba a cerrar los ojos y a sumirme en mi propio sueño, con la seguridad de la soledad que da la noche cuando sólo tú eres prisionero del insomnio, y dejé que mi deseo me llevara, que me calmara, que me dijera qué quería. Nos encontramos hablando de nosotros, de nuestro mundo, de nuestros amores, de la tristeza del alma, y de pronto, quizás porque el guión lo escribía mi alma, te tomé de la mano y besé tus dedos, llevándolos uno a uno sobre mis labios, haciendo que recorrieran el entorno de una boca que quería hablar, pero que deseaba besar.
Tus ojos entornados por el momento dejaron paso a una caricia en mi mejilla, a una lágrima furtiva que recorría la tuya, puede que de felicidad, quizás de comprensión, de anhelo, de emociones contenidas... y nos vimos paseando por los Campos Elíseos, sujetando el brazo del otro para evitar escapar, mirando las tiendas sin ver nada, descubriendo la magia de un momento que no sabíamos por qué se estaba produciendo.
El camino que nuestros pies marcaban era la senda que les indicaban nuestras almas, dos entes poseídas por el deseo de vivir, a veces constreñidas por las ganas de hacerlo. Tus ojos en los míos penetraban hasta lo más profundo de mi mente, atravesaban mis entrañas y me provocaban esa sensación de felicidad, de paz, que tantas veces me posee en tu presencia.
Llegamos a ninguna parte, quisimos estar, estuvimos, nos amamos, descubrimos lo que podíamos saber, lejos de todos los lugares y del momento, saboreé tu piel excitada, besé tus labios como siempre quise, me hiciste feliz amándome también, y terminamos con un cuadro de luces bajo Notre Dame, en la última fotografía que mi mente admitió.
Al igual que el horizonte en una noche de estrellas infinitas, el fundido en negro de mis sentidos me indicó que el trayecto llegaba a su fin, y las imágenes nítidas y claras dieron paso a un torbellino de sensaciones que fueron cubriendo mi mente, mi cuerpo, mi espíritu, mi ser por completo.
El reloj continuaba su camino inexorable, marcando las vidas, cada latido del corazón humano, indicando en números lo que no puede medirse si no es con los sentidos, y la naturaleza, cuando se transforma en deseo a través de la imaginación, hizo el resto.
No quise irme de aquél lugar, busqué, por una vez, engañar al tiempo, y tuve un poco más de mí mismo, contigo, con mi mente, arropado por los miles de sueños que me conducen hacia donde quiero.
Es posible que el único placer sea el de estar vivo, pero aún, en algunas ocasiones, puedo encontrar algo en la miseria.

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