domingo, 22 de mayo de 2011

25 A.C.


En uno de esos lugares tocados por la mano de los dioses, a la vera de un río que le dio vida, pendiente siempre de los calores del verano y los días duros del crudo invierno, cubierta por esa niebla tan suya que no nos dejaba vernos los ojos, se encuentra un lugar más allá de los tópicos, los mapas y la historia reciente, un encuentro de culturas y hombres abandonados, aunque no siempre fue así, una Ciudad, Augusta Emerita, mi Ciudad, donde volveré a dejar mi alma.
Lo que más me fascina de ella es que pueda estar por encima de los hombres y mujeres que la hemos nacido, habitado y dejado para volver o mantenerla en el recuerdo, porque Augusta Emerita nació como un lugar para que los rudos guerreros pudieran descansar de la muerte y la sangre, y parece que aún hoy sus bimilenarios muros mantienen ese poso de querer que la mente se relaje y el espíritu se torne dichoso con los placeres de la vida.
No estamos por encima de ella, ni siquiera los ilustres nombres que nacieron entre sus calles avejentadas porque su propia esencia es superar a la historia, mantener vivo el mito de la Ciudad que nunca muere, seguir, década a década, siglo a siglo, absorbiendo la esencia para sentirse aún más viva, más ella, más historia.
Pasear a través de las piedras pulidas por el aire de los tiempos, tocar las columnas que antaño fueron parte de la esencia de un Imperio, pisar la arena que carros y bestias marcaron para honrar a la muerte, perderte entre los laberintos de vomitorios que te unen a los sueños, es una sensación que no puede saberse si no estás impregnado de ella, o si dejas la guía turística y te dejas llevar por tu instinto, porque realmente ese halo que la envuelve te puede hacer viajar por cualquier parte.
Recuerdo las noches de verano apurando la bebida "nacional" de la ciudad, entre carne asada y cordero guisado, a la luz de las estrellas tumbados en la orilla del lago, otro lugar creado para que los hombres que marcaron a sangre y fuego la historia de un mito descansaran sus cicatrices, apurando el aire de la presa, escuchando el ruido del agua en el silencio de la noche con esa melodía de fondo que parecía unirse a nuestras entrañas, sintiéndola, porque en ella todo se siente. Aún llegan a mis oídos los ecos de las palabras recitadas en los lugares de encuentro de los ciudadanos libres de Roma, momentos excitantes escuchando el devenir de los siglos con obras que fueron entregadas allí y otras creadas para la ocasión, para el lucimiento de los monumentos que aguantaron en pie dos mil años más, cuando ya nadie se acordaba de ella.
La niebla acariciando mi piel, la misma que dicen los viejos del lugar provoca año tras año la niña mártir, romana abrazada a la fe y patrona por derecho y su sangre de la misma Ciudad que la sacrificó, esa niebla que te hace sentir pequeño, paseando por la nada mientras las voces quejumbrosas de los fantasmas del pasado te acompañan por las calles, los puentes y el río que le dio vida, esa niebla que la engulle para desaparecer a la vista de los zafios, ignorantes que creen llegar a... ninguna parte.
Me hice parte de sus piedras, ella deja que sea así, que algo de nosotros, nuestra esencia, la siga manteniendo viva, pero sabe que nos sobrevivirá porque está creada por todos los que creyeron que era el lugar para extender los sueños, alargar los misterios de la sabiduría y buscar un poco más allá los confines del mundo conocido.
La oscuridad en la cual la sumió la "otra" historia no hizo sino conseguir que como Ave Fénix renaciera de sus propios pilares para ser, de nuevo y hasta el final de los tiempos, la inmensa dadora de cultura, arte, descanso y descubrimientos infinitos de cuando era, como ahora, la Ciudad, mi Ciudad.
Volveré a ella, con el resto de mis entrañas, porque lo que dejé allí no puede desaparecer, en forma de fatigado viajero para el descanso definitivo, como los guerreros de la V y la X legión, o lo haré en forma de cenizas para que sean esparcidas al viento desde el viejo puente que permite la entrada a su alma, sobre el río que la sigue viendo cada instante, ese Guadiana que aparece y desaparece pero que al paso por ella se encuentra más vivo que nunca, pero volveré, porque el placer de sentirme de allí, ser de allí, no muere por las distancias, lo llevo en el alma.
Augusta Emerita, eterna, por los siglos de los siglos... Ave a ti 


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